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  • Juan Pablo Valenzuela

Domingo en la mañana

Un domingo en la mañana es un momento donde el tiempo se pone en pausa, se hace más lento. Donde el silencio toma una dimensión inmensurable en el ambiente.


Un domingo en la mañana, luego de una noche de desvelo, es una larga reverberación de la víspera, donde el único bar abierto y las conversaciones de la plaza de frente resuenan en el aire como si fueran motores de avión, donde el aleteo de una paloma se escucha desde tres cuadras y podemos verla tomar vuelo cual si fuera en camara lenta.


La calle carece de sus ruidos propios que nos ensordecen en semana, la ausencia de automóviles que se disputan estacionamientos hoy vacíos, los inexistentes pasos apresurados que llegaran tarde al trabajo, el espacio vacío de los camiones en mitad de la calle haciendo una entrega... la ausencia de los ruidos lastiman los oídos del trasnoche.


Un domingo en la mañana, un bar casi vacío, el silencio que arrastra sonidos añejos, el sol que golpea el rostro transformando los ojos en dos líneas horizontales, que obliga a bajar la vista, a usar sombrero o a buscar en los bolsillos los anteojos oscuros mientras suplicamos una nube bondadosa, mártir para que se cruce entre la bola de gas y nosotros.


Pero es domingo por la mañana en un bar, donde las tazas cantan su melodía de tintineo, donde los sonidos son distantes y bucólicos, donde el sol lastima la vista cansada y el café que llega a la mesa, el café cuya tasa emite dulces sonidos cuando la cucharita gira en su interior, ese café humeante que llega a los labios sabe a resurrección.


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